Territorio S
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martes, 21 de julio de 2020
El Sidecar
viernes, 28 de abril de 2017
Ausencia
He pasado junto a tu plaza. Y estaba vacío tu banco. El tercero de la izquierda, el que queda justo a la sombra del único chopo de la plaza. Pero seguían alli los gorriones, esperando que acudas a vaciarte de corruscos los bolsillos. Y ahí arriba, dormidas como vacas rumiando al sol, las nubes que me enseñaste a nombrar.
Hoy he pasado junto a tu plaza, abuelo. Y ella también te echa de menos.
miércoles, 26 de abril de 2017
Linea 0
... ANTES…
Abro los ojos, no estoy muy segura de qué hora es, pero un instante después el despertador responde a mi pregunta. Momento de ponerse en marcha. Una mañana más desafiando al sueño, marcándole el ritmo a la rutina. Una ducha, un café rápido y me lanzo a la calle. La puerta se cierra a mi espalda con el quejido de un animal maltratado. Creo que hoy llego tarde, el peso de la semana se me ha enredado en las sábanas. Así que he de darme prisa o no llegaré a tiempo. Acelero el paso. No hay tiempo para accionar el botón de pausa.
Pero no, hoy me niego.
Dos rápidas zancadas y me cuelo dentro, despertando algún que otro gruñido entre los ocupantes del vagón. Me disculpo a media voz, escabulléndome avergonzada hacia el fondo mientras el tren se pone en marcha.
Un escaneo rápido por el vagón me permite identificar algunas caras conocidas. Sí, sin duda el niño de abrigo rojo dormido sobre su madre y la señora sentada frente a él, enfrascada en la lectura de su e-book, me resultan familiares. Se me hace extraño verle así de tranquilo, ya que ese pequeño suele amenizarnos el trayecto matutino con todo tipo de canciones y preguntas, comprometidas y surrealistas que su madre trata de responder, u obviar.
Mis sospechas se confirman cuando veo a su madre comprobar la temperatura de su frente con el dorso de la mano. Niega con la cabeza, preocupada y, tras ajustarle la capucha, acomoda la cara del pequeño en el hueco de su cuello.
Avanzamos por el interior del túnel, en las entrañas de este monstruoso insecto que se contorsiona y retuerce sobre si mismo en cada curva. Las luces del tunel curiosean a intervalos a través de las ventanillas. Primero veloces, progresivamente más intermitentes: el tren está frenando, nos aproximamos a la siguiente estación.
Subo el volumen del mp3 para alejar ese ruido ajeno y sumergirme en otro, voluntario y familiar. (Branded like an animal/ I can still feel them burning my mind...)
Mis ojos tardan unos segundos en acostumbrarse a esta nueva luz. Alguien grita, débilmente, luego el sonido se va ahogando en un borboteo.
Tengo que parpadear un par de veces antes de distinguir de nuevo las formas con nitidez.
Un hombre se incorpora sobresaltado. Leo el terror en su mirada. ¿Qué está pasando? La joven madre se desploma sobre el asiento vacío. Tiene la garganta desgarrada, la sangre fluye desde su cuerpo inerte hasta el asiento, empapando rápidamente la superficie a su alrederedor.
Sentado sobre ella está el niño. Tiene la cabeza inclinada en un gesto antinatural. La capucha le cubre los ojos, pero puedo ver el ángulo imposible en que gira su cabeza.
Aún sigo en el suelo. Tengo que levantarme. Tanteo con las manos el cuerpo inerte que hay sobre mí, intentando hacerlo rodar. Lo siento pesado sobre mi y cuando intento empujarlo ofrece resistencia. Un esfuerzo más y mi mano está libre. Tanteo el suelo debajo de mí. Sangre? No se si es mía. Estoy algo confusa, pero no, creo que no estoy herida. Hay gente amontonada por el suelo. Algunos se mueven, otros no. Siento un zumbido en las sienes, los ruidos del exterior me llegan amortiguados, como si tuviera la cabeza bajo el agua.
miércoles, 6 de febrero de 2013
Pedazos
Me he acostumbrado a tenerte a pedazos, a fracciones. Siempre a la espera de encontrarte en algún rincón de la almohada, en una sombra del segundero.
Adictivo, imprescindible, inevitable.
Me he acostumbrado a tenerte en el tiempo robado. Siempre sabiendo que tenerte ahora es perderte luego. Me he acostumbrado a tomarte sin permiso y sin derecho, dosificandote. Un adicto que acaricia el abismo solo por el placer de volver a respirarte. Arrancando pedazos de ti, ladrón incauto que se lo juega todo a doble o nada.
Siempre alerta por si me cruzo contigo en una sombra del segundero.
viernes, 11 de noviembre de 2011
Criatura extraña
Eres ceniza y voz,
rumor de escarcha.
Eres de noche y luz,
criatura extraña.
Hay en tu aliento mar,
Norte y batalla.
Eres herida y sal,
silencio y daga.
Déjame caminar sobre tu espalda.
Tras abrasar la piel,
te haces coraza.
Si siempre vuelves, ven
criatura extraña.
Déjame desafiar por ti la nada.
martes, 6 de septiembre de 2011
Con el pie derecho
Concretamente por el dedo gordo del pie derecho, porque siempre decía que a los sitios nuevos hay que entrar llamando a la buena suerte y, después de todo, la muerte no debía ser muy diferente de entrar en una habitación desconocida.
El día que mi abuela me contó que había decidido morirse, pensé que estaba bromeando. Yo había llenado un barreño con agua templada y jabón, como cada sábado, y me había sentado en el suelo frente a ella dispuesta a lavarle los pies. "Es que están muy abajo, hija" solía decirme sonriendo con los ojos mientras se le formaban en ambas mejillas los hoyuelos que prometió dejarme como herencia.
Le ayudé a quitarse las zapatillas y fue entonces cuando el dedo gordo del pie derecho, con su uña pulcramente pintada de rojo brillante, se negó a meterse en el agua.
"Es que él ya ha entrado", me dijo en un susurro. Y yo, apartando mi sorpresa y mi miedo, que habían caído en el barreño y flotaban sobre la espuma, conseguí con un empujoncito adicional meter el rebelde dedo bajo el agua.
Al dedo gordo de su pie derecho no tardaron en unirse los otros dedos, luego el otro pie y después ambas piernas, en un avance sigiloso e implacable que yo observaba aterrorizada cada semana y ante el que nada podía hacer. Porque los secretos hay que guardarlos en bolsillos sin agujeros.Y al fin y al cabo, era ella quien me había enseñado a coser.
Unas semanas después, cuando el teléfono impertinente me sacó de la cama a las 4 de la mañana, y corrí descalza al salón, antes de escuchar la voz de mi abuelo al otro lado del auricular ya sabía que algo no iba bien.
Hay una ley universal no escrita que impide a los teléfonos sonar de madrugada para dar buenas noticias.
Mi abuela me dejó sus recetas de tortilla de calabacín y tarta de manzana, el poco frecuente don de coser bolsillos para guardar secretos, su sonrisa de hoyuelos, con la que me cruzo cada vez que me miro en un espejo, y la costumbre de entrar en cada habitación que piso por primera vez con el pie derecho.
Siempre con el pie derecho.