Vistas de página en total

lunes, 20 de diciembre de 2010

Lecciones para una impaciente

Coserse a las aristas del mundo en puntadas imprecisas, trazando en  cada paso una costura invisible sobre la que aprendan los pies a perder el equilibrio.
Volverse reversible. Romperse de dentro a fuera, convirtiendo en coraza las entrañas, el tendón en hueso.

Licuar el alma, evaporarla, hacerla sólida. Dormir sobre ella en una alquimia imposible.
Dejarse la vergüenza olvidada en cualquier rincón.
Obviar la probabilidad nula y arrancarse con ella los dientes para morder la nada con las encías desnudas.
Redimensionar el absurdo.
Aprender a gritar sin aire, respirando arena. 

Beberse el latido de un segundo. Encontrar el tiempo perdido.
Y sentarse con él a esperar que vuelva la impaciencia.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Fermín


 - Esta maldita llave, siempre se engancha en la tercera vuelta.
Berta dió un portazo y dejó el bolso sobre el aparador junto con el montón de cartas sin abrir que había acumulado su madre durante todo un mes: cartas del banco, de la compañía del gas, de la del agua, folletos de comida rápida, catálogos de venta por correo.
Giró los talones sobre la alfombra, cogió de nuevo las cartas y alzó la vista, preparándose para suspirar su resignación y su enfado. Y entonces,  el aire se volvió de cemento. Sus ojos le devolvieron una imagen que se le atravesó como un inoportuno hueso de pollo en medio de la garganta y le cerró los pulmones: tirada en mitad del pasillo y aún en pijama, estaba su madre, con una oreja pegada al suelo y la cabeza ladeada en un ángulo extraño. Antes de que se le parase del todo el corazón, Berta soltó las cartas y se lanzó al pasillo.
 
- ¡Mamá!
- Vaya por dios, hija, que susto me has dado!
- ¡¿¿Yo a ti??! ¡¿¿Se puede saber que hacías así, tirada por los suelos??!!
- Calla, calla, no hables tan alto que vas a asustarlo.
- Se puede saber de qué coñ...!
- (En un susurro) Habla bajito leche! He descubierto donde está escondido, llevo un par de días escuchándole en murmullos, en mil sonidos raros. No estaba segura, pero hoy por fin le he escuchado con claridad.
- ¿A quién mamá?- Preguntó Berta con un hilo de voz
- Pues a Fermín, hija, a tu padre.
 
Fermín era un pelirrojo egoísta, arisco y exigente que la noche del 3 de Marzo, tres años antes, se había refugiado en el portal de la casa. Desorientado y sucio, tenía un ojo herido, resultado  casi seguro de una riña por alguna hembra. A pesar de los cuidados y los mimos sin reproche de su madre, la herida había cerrado mal, y le adornaba el rostro dándole un aire inquietante de mafioso siciliano. No tardó en volver a la calle, a las escapadas nocturnas y a las peleas, pero siempre regresaba al cabo de un par de días, cubierto de mugre y sangre seca, propia y ajena, reclamando mimos y algo de comer. Un callejero es siempre un callejero, y aquel animal lo llevaba en las venas por mucho que la madre de Berta se empeñase en defender que aquel gato era la reencarnación de su padre.
 
- Ya estamos otra vez con el maldito bicho!  
- Berta, cuida lo que dices de tu padre.
- No empieces, mamá. Ese animal es eso, un bicho peludo, un gato.
- Un gato sí, un gato, ¿de verdad crees que le dejaron elegir cómo volver? Si tu padre hubiese podido elegir habría sido como perro, o puede que como paloma-  él sabía que siempre me encantaron las palomas, sobre todo escabechadas.- Pero no creo que pusiera muchas pegas cuando le propusieron volver. Además tenía que darse prisa, tenía que estar aquí para...
- Mamá...
- ...el día de su cumpleaños, como me había prometido. Antes de la operación me dijo "Lola, no te preocupes. Te prometí entregarte al menos medio siglo de mi vida, y sólo han pasado 47 años. No te preocupes si no despierto, estaré aquí para mi cumpleaños." Y lo cumplió.
- Bueno, ¿y se puede saber qué tiene el bicho ese que ver con que estuvieras tirada en mitad del pasillo?
- Pues que llevo una semana sin verle ¿te acuerdas del agujero que abrieron los señores esos del mono blanco?
- Los de la inspección de viviendas antiguas?
- Esos, esos, que hicieron un agujero en la pared del baño del tamaño de una calabaza madura y se fueron sin cubrirlo ni nada. Pues Fermín ha colado por ahí y está dando vueltas por las entrañas de la casa.
- Estará cazando ratas.
- Que no hija, que no. Si no me hubieses  asustado me habría enterado mejor. Justo me estaba contando que lo ha encontrado, que ya lo tiene
-¿Que ya tiene el qué?
- Pues mi regalo, Berta. Mi regalo
- Anda mamá, vámonos a la cocina, que ya vale por hoy. ¿A que aún no has desayunado?
- Ya lo verás, hija, ya lo verás.



Aquella noche, el alba se rompió sobre un estruendo de ladrillos, polvo y pedazos de metal cediendo como mantequilla en lo que habría sido un bonito espectáculo si a la vida real se le pudiera poner en mute.
 
Los bomberos le explicaron a Berta que los cimientos del edificio estaban peor de lo que habían estimado los técnicos. Los técnicos le explicaron que la cala que habían hecho en el muro estaba justo en la parte sana de la viga, que el agujero que se había tragado la casa no era detectable. Los vecinos de toda la vida le explicaron que todo había sido impredecible e inesperado, como suelen serlo los accidentes, que no era culpa de nadie.
 
Lo que nadie pudo explicarle a Berta es por qué, a pesar de buscar tres veces bajo todos los escombros y retirar los restos mortales de la vieja casa, aquella tarde no encontraron por ninguna parte el cuerpo de su madre. Ni tampoco al día siguiente, ni el día que vino después.
 
Lo que Berta no pudo explicarle a nadie es que una semana después, cuando regresaba a casa, arrastrando entre los pies la tristeza y varios días de sueño, vio de nuevo a su madre. Observándola desde una azotea cercana, una gruesa paloma de cabeza blanca le guiñó un ojo, justo antes de acurrucarse, gorjeando coqueta,  entre el pelaje rojizo de un enorme gato con aire de mafioso sicilano.  










Sirenas


Hoy he vuelto los ojos al este, buscado el perfil de la costa, su silueta amable acurrucándose en el regazo del horizonte.
La gruesa cuerda del ancla se estremece en pesadillas de sal seca. Cada una de las noches pasadas  desde que soltamos amarras cruje en mis pies sobre la madera húmeda. Yo tambien he comenzado a secarme.
Hay un momento del día cuando la noche retrocede aunque la luz no se ha decidido aún a volver. En  el  momento helado en el que el mundo se queda en suspenso, manteniendo el aliento,  en el instante maldito en el que mueren los hombres, es cuando regresan las sirenas.
La noche se rompe en un reflejo. Nácar oscuro en la piel, curtida de sed  y  algas, de sueños ahogados.  Canta el mar su nana amarga, besando la cara dormida en una noche sin sueño.
¿Por qué no nadas hacia la costa antes de que nazca el día? Nada, sirena, nada.
La primera luz del alba se desmadeja en su cuerpo,  sobre la proa del barco.  
Ingrávidos y vacíos, los ojos de otras sirenas, me han mirado desde el agua. En sus retinas de escarcha, gritaban silencio.
Volviendo la mirada al este, he buscado la línea de costa. Ha regresado el viento . Es tiempo de izar las velas. 
 

Publicado en revista La Hoja (num. 14- 2010)

A los diablos sin nombre que se juegan la piel para tener una oportunidad les debo al menos el aprovechar las que tengo, por la suerte absurda de haber nacido un puñado de kilómetros más al norte. Se lo debo a ellos, y también a mí misma. Para que algún día no tengan que ser sirenas. Para que algún día desaparezca el miedo.

Tormenta

Duerme el mundo, sumido en la tibieza de un sueño sin lunas. Feliz e ignorante.
Y en su regazo los hombres.
Los niños.
Las bestias.
Como un pez que al saltar cae fuera del agua, despiertan las nubes, boqueando ansiosas su sed de oxígeno.
Se estremecen en un segundo luminoso de agonía y luz.
Cesárea brutal y primigenia. 
Vientre desgarrado, matriz que se derrama en metralla y muerte.
Sangre.
Aire.
Silencio.
Toma aire, respira.
Respira. 
Se ha abierto el cielo.
electric storm

Publicado en revista La Hoja (16.05.2010)

Aliento

No gané el derecho a tener ojos, por eso mis manos aprendieron a ver. Y la mirada rugosa de las piedras me enseñó  tu nombre. Déjame que te lo entregue atrapado en su reflejo púrpura, en el instante anónimo en que la luz lo escribe sobre la piel del mundo, haciéndote sonido, vibración, aire que danza.
Te he respirado antes, otras veces, como imagino boquean los peces  al ser arrastrados fuera del agua. Aliento abrasador, narcótico, adictivo, que me entumece los labios, arroja mi lengua sobre el filo de los dientes, e  inunda mi boca de un murmullo amargo que desciende luego, arrasándome la garganta hasta el centro del pecho. Dolor gemelo,  vacío que resuena en cada una de tus sílabas.
Si no he de ganar el derecho a verte, te inventaré con los ecos que me devuelvan las rocas.
Publicado en Revista La Hoja

Sin excusas

Llevo un tiempo queriendo hacerlo, y se me han acabado las excusas.
Así que, aquí estamos. Hoy tengo 28 años, y este es mi territorio.
Bienvenidos!


(Para empezar, os dejo algunas cosillas que llevan algún tiempo escritas. Vendrán nuevas, lo prometo ;P)