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jueves, 9 de diciembre de 2010

Fermín


 - Esta maldita llave, siempre se engancha en la tercera vuelta.
Berta dió un portazo y dejó el bolso sobre el aparador junto con el montón de cartas sin abrir que había acumulado su madre durante todo un mes: cartas del banco, de la compañía del gas, de la del agua, folletos de comida rápida, catálogos de venta por correo.
Giró los talones sobre la alfombra, cogió de nuevo las cartas y alzó la vista, preparándose para suspirar su resignación y su enfado. Y entonces,  el aire se volvió de cemento. Sus ojos le devolvieron una imagen que se le atravesó como un inoportuno hueso de pollo en medio de la garganta y le cerró los pulmones: tirada en mitad del pasillo y aún en pijama, estaba su madre, con una oreja pegada al suelo y la cabeza ladeada en un ángulo extraño. Antes de que se le parase del todo el corazón, Berta soltó las cartas y se lanzó al pasillo.
 
- ¡Mamá!
- Vaya por dios, hija, que susto me has dado!
- ¡¿¿Yo a ti??! ¡¿¿Se puede saber que hacías así, tirada por los suelos??!!
- Calla, calla, no hables tan alto que vas a asustarlo.
- Se puede saber de qué coñ...!
- (En un susurro) Habla bajito leche! He descubierto donde está escondido, llevo un par de días escuchándole en murmullos, en mil sonidos raros. No estaba segura, pero hoy por fin le he escuchado con claridad.
- ¿A quién mamá?- Preguntó Berta con un hilo de voz
- Pues a Fermín, hija, a tu padre.
 
Fermín era un pelirrojo egoísta, arisco y exigente que la noche del 3 de Marzo, tres años antes, se había refugiado en el portal de la casa. Desorientado y sucio, tenía un ojo herido, resultado  casi seguro de una riña por alguna hembra. A pesar de los cuidados y los mimos sin reproche de su madre, la herida había cerrado mal, y le adornaba el rostro dándole un aire inquietante de mafioso siciliano. No tardó en volver a la calle, a las escapadas nocturnas y a las peleas, pero siempre regresaba al cabo de un par de días, cubierto de mugre y sangre seca, propia y ajena, reclamando mimos y algo de comer. Un callejero es siempre un callejero, y aquel animal lo llevaba en las venas por mucho que la madre de Berta se empeñase en defender que aquel gato era la reencarnación de su padre.
 
- Ya estamos otra vez con el maldito bicho!  
- Berta, cuida lo que dices de tu padre.
- No empieces, mamá. Ese animal es eso, un bicho peludo, un gato.
- Un gato sí, un gato, ¿de verdad crees que le dejaron elegir cómo volver? Si tu padre hubiese podido elegir habría sido como perro, o puede que como paloma-  él sabía que siempre me encantaron las palomas, sobre todo escabechadas.- Pero no creo que pusiera muchas pegas cuando le propusieron volver. Además tenía que darse prisa, tenía que estar aquí para...
- Mamá...
- ...el día de su cumpleaños, como me había prometido. Antes de la operación me dijo "Lola, no te preocupes. Te prometí entregarte al menos medio siglo de mi vida, y sólo han pasado 47 años. No te preocupes si no despierto, estaré aquí para mi cumpleaños." Y lo cumplió.
- Bueno, ¿y se puede saber qué tiene el bicho ese que ver con que estuvieras tirada en mitad del pasillo?
- Pues que llevo una semana sin verle ¿te acuerdas del agujero que abrieron los señores esos del mono blanco?
- Los de la inspección de viviendas antiguas?
- Esos, esos, que hicieron un agujero en la pared del baño del tamaño de una calabaza madura y se fueron sin cubrirlo ni nada. Pues Fermín ha colado por ahí y está dando vueltas por las entrañas de la casa.
- Estará cazando ratas.
- Que no hija, que no. Si no me hubieses  asustado me habría enterado mejor. Justo me estaba contando que lo ha encontrado, que ya lo tiene
-¿Que ya tiene el qué?
- Pues mi regalo, Berta. Mi regalo
- Anda mamá, vámonos a la cocina, que ya vale por hoy. ¿A que aún no has desayunado?
- Ya lo verás, hija, ya lo verás.



Aquella noche, el alba se rompió sobre un estruendo de ladrillos, polvo y pedazos de metal cediendo como mantequilla en lo que habría sido un bonito espectáculo si a la vida real se le pudiera poner en mute.
 
Los bomberos le explicaron a Berta que los cimientos del edificio estaban peor de lo que habían estimado los técnicos. Los técnicos le explicaron que la cala que habían hecho en el muro estaba justo en la parte sana de la viga, que el agujero que se había tragado la casa no era detectable. Los vecinos de toda la vida le explicaron que todo había sido impredecible e inesperado, como suelen serlo los accidentes, que no era culpa de nadie.
 
Lo que nadie pudo explicarle a Berta es por qué, a pesar de buscar tres veces bajo todos los escombros y retirar los restos mortales de la vieja casa, aquella tarde no encontraron por ninguna parte el cuerpo de su madre. Ni tampoco al día siguiente, ni el día que vino después.
 
Lo que Berta no pudo explicarle a nadie es que una semana después, cuando regresaba a casa, arrastrando entre los pies la tristeza y varios días de sueño, vio de nuevo a su madre. Observándola desde una azotea cercana, una gruesa paloma de cabeza blanca le guiñó un ojo, justo antes de acurrucarse, gorjeando coqueta,  entre el pelaje rojizo de un enorme gato con aire de mafioso sicilano.  










1 comentario:

  1. Una paloma escabechada... vaya tela... debe tener la carne bien magra!
    Me ha gustado, el relato, no la paloma. Se te da bien escribir, no? ;)

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