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jueves, 9 de diciembre de 2010

Sirenas


Hoy he vuelto los ojos al este, buscado el perfil de la costa, su silueta amable acurrucándose en el regazo del horizonte.
La gruesa cuerda del ancla se estremece en pesadillas de sal seca. Cada una de las noches pasadas  desde que soltamos amarras cruje en mis pies sobre la madera húmeda. Yo tambien he comenzado a secarme.
Hay un momento del día cuando la noche retrocede aunque la luz no se ha decidido aún a volver. En  el  momento helado en el que el mundo se queda en suspenso, manteniendo el aliento,  en el instante maldito en el que mueren los hombres, es cuando regresan las sirenas.
La noche se rompe en un reflejo. Nácar oscuro en la piel, curtida de sed  y  algas, de sueños ahogados.  Canta el mar su nana amarga, besando la cara dormida en una noche sin sueño.
¿Por qué no nadas hacia la costa antes de que nazca el día? Nada, sirena, nada.
La primera luz del alba se desmadeja en su cuerpo,  sobre la proa del barco.  
Ingrávidos y vacíos, los ojos de otras sirenas, me han mirado desde el agua. En sus retinas de escarcha, gritaban silencio.
Volviendo la mirada al este, he buscado la línea de costa. Ha regresado el viento . Es tiempo de izar las velas. 
 

Publicado en revista La Hoja (num. 14- 2010)

A los diablos sin nombre que se juegan la piel para tener una oportunidad les debo al menos el aprovechar las que tengo, por la suerte absurda de haber nacido un puñado de kilómetros más al norte. Se lo debo a ellos, y también a mí misma. Para que algún día no tengan que ser sirenas. Para que algún día desaparezca el miedo.

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